El término “maquiladora” se deriva de la palabra “maquila”, que originalmente se refería al proceso de moler trigo en harina en la España medieval, así como al grano retenido por el molinero como compensación. Desde entonces, la palabra ha evolucionado para representar el significado moderno de hoy: una operación de fabricación que procesa materias primas en productos terminados para venderlos en países distintos de donde fueron fabricados.
Las maquiladoras en México se iniciaron en 1961 siguiendo el Programa Nacional de Industrialización Fronteriza (programa Bracero), una iniciativa creada por el gobierno mexicano para fomentar la inversión extranjera y estimular los mercados internos. Estos esfuerzos surgieron de la caída del Programa Bracero, que era un programa de los Estados Unidos creado para permitir que los trabajadores agrícolas mexicanos cruzaran y trabajaran en los Estados Unidos por temporada. Cuando terminó el Programa Bracero, dejó altas tasas de desempleo a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, y el gobierno creó las primeras maquiladoras en respuesta en 1964.
Poco después del lanzamiento del programa, algunas empresas estadounidenses de electrónica se instalaron en la ciudad fronteriza de Tijuana, pero el valor del peso mexicano en ese momento redujo drásticamente los incentivos para fabricar bajo el ejemplo de las maquiladoras. México pidió prestado una gran cantidad de dinero en la década de 1970 para impulsar la exploración de recursos petroleros, y la inflación aumentó constantemente con la devaluación del peso. La quiebra de la década de 1980 creó una necesidad urgente de divisas fuertes, una necesidad que fue satisfecha con entusiasmo por los fabricantes estadounidenses que querían mano de obra de bajo costo en una economía global cada vez más competitiva.